Confesiones de una ciudadana frustrada
Por: Arlene B. Tickner
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La doble nacionalidad, condición que ejerzo desde hace 15 años, permite experimentar con parecida carga emocional los derroteros de los dos países a los que se pertenece. Por ejemplo, actualmente es difícil saber cuál ocupante, de la Casa de Nariño o la Blanca, produce más repulsión. Así mismo, en similar grado que celebré la elección histórica de Claudia López como primera alcaldesa gay de origen humilde en Colombia, me frustran las primarias democráticas en Estados Unidos. Entre otros, porque se han reducido a una competencia entre dos hombres heterosexuales blancos setentones que enfrentarán a un presidente de rasgos iguales, luego de que en 2008 y 2012 fue elegido un joven afroamericano, y en 2016 por poco una mujer perdió las elecciones en el colegio electoral.
Pese a que hace no tanto tiempo Elizabeth Warren parecía imbatible como candidata demócrata, para finales de 2019 su popularidad comenzó a bajar y siguió desinflándose hasta el punto de quedar de tercera en las primarias de su propio estado, Massachusetts. Aunque ha habido todo tipo de especulación acerca de su caída, el sexismo juega algún papel en casi todas ellas. Como ocurrió también con Hillary Clinton, Warren enfrentó un grado de escrutinio que no se observa en las candidaturas masculinas, con lo cual incluso, algunas de sus mayores virtudes ¬brillantez, preparación, convicción, amabilidad y honestidad¬ terminaron siendo juzgadas como petulancia, elitismo, agresividad, falsedad e indecisión. Como ganarle a Trump se ha tornado un factor crucial en la decisión de voto, el sexismo pudo reforzar la idea (equivocada) de que Warren era inelegible.
Bernie Sanders sufrió un infarto hace menos de seis meses a sus 78 años que a duras penas ameritó discusión, igual que su negativa (como la de Trump) de publicar su historia médica completa. A diferencia de Warren, cuyo atractivo adicional era su progresismo conciliador hacia lxs más moderadxs de su partido, Sanders encarna una agenda ultra progresista que niega (hasta ahora) cualquier posibilidad de concertación con el centro. Al tiempo que esto es justamente lo que seduce sus bases electorales, principalmente jóvenes blancos urbanos educados, y algunos segmentos del voto hispano y trabajador, es lo que explica también la resucitación de Joe Biden. Pese a ser un candidato poco carismático y torpe, cuenta con la mayor parte del voto de los mayores a 45, del afroamericano y probablemente de los trabajadores –electores típicamente conservadores en temas fiscales o en los sociales– y ha logrado unir a todxs sus rivales moderadxs.
Aún si Biden gana la nominación, es esperanzador observar que el termómetro ideológico del partido demócrata se ha movido hacia la izquierda, ya que problemas como los impuestos para los más ricos, la desigualdad, la salud para todos, el trato digno a los migrantes ilegales, la deuda estudiantil, el control de armas, el aborto, los derechos LGBTI, la legalización del cannabis y el cambio climático, integran las plataformas de prácticamente todx candidatx. Además del desafío de elegir presidente no masculino, blanco o hetero, queda el de superar las divisiones geográficas, generacionales y raciales que existen en la ciudadanía estadounidense, muchas de las cuales, paradójicamente, operan en contra de la revolución política prometida por el “tío Bernie”.